La tragedia que se abatió sobre Rio Grande do Sul ha servido a muchos intereses, entre ellos, como una señal de los efectos que el calentamiento global puede tener en la vida de las personas. Sí, porque los cambios climáticos son, por naturaleza, algo muy abstracto. Todos estamos acostumbrados a oscilaciones de temperatura y diversos eventos climáticos en nuestro microcosmos. Es difícil, desde el punto de vista de la percepción del lego, hacer la conexión de estos eventos con cambios que ocurren de manera lenta y que llevan décadas para desarrollarse. La tragedia en el Sur tuvo el efecto de hacer que muchas personas prestaran atención a las advertencias sobre el cambio climático, aunque este evento en sí no sea, de manera aislada, una evidencia científica del fenómeno. Sin embargo, las personas comunes valoran más las narrativas que los gráficos aburridos que cubren décadas de fenómenos climáticos. Y las inundaciones en Rio Grande do Sul son una narrativa poderosa.

Habiendo dicho todo esto, ¿qué hacer? En una entrevista reciente (Valor Econômico, 15/5/2024), el científico Carlos Nobre sugiere que deberíamos “comer menos carne y viajar menos en avión” para mitigar el calentamiento global. Claro, él usa ejemplos concretos para significar algo más amplio: deberíamos disminuir nuestro nivel de consumo. Además, comer carne y viajar en avión son prerrogativas del estrato más rico de la población global. Entonces, el mensaje es aún más concreto: los más ricos deberían tener una mayor cuota de sacrificio en la lucha contra el calentamiento global.

Pero lo más importante de este mensaje es que, acertadamente, cambia el foco de la discusión. En lugar de demonizar a las empresas petroleras (oferta), la cuestión es mucho más de renuncia al consumo (demanda). Las empresas petroleras están solo atendiendo a la demanda de energía. ¡Y qué demanda!

La EIA, una agencia estadounidense de estadísticas de energía, produce un informe anual sobre oferta y demanda de energía. En su informe de 2023, la EIA hace proyecciones de la producción y uso de energía hasta el año 2050.

En 2022, los combustibles fósiles (petróleo, gas natural y carbón) representaban cerca del 80% de las fuentes de producción de energía, mientras que las fuentes renovables o libres de CO2 (hidroeléctrica, solar, eólica, nuclear) representaban el 20%. En 2050, la EIA proyecta que estas fuentes renovables representarán el 30% de las fuentes de energía, lo cual es un avance notable, sin duda. Sin embargo, los combustibles fósiles aún representarán el 70% de las fuentes de energía en ese año.

Pero el problema es que, incluso con la disminución de la participación, el uso de combustibles fósiles para la producción de energía aumentará hasta 2050, de 510 a 600 cuatrillones de BTUs. Esto sucede porque la demanda global de energía aumentará de 640 a 850 cuatrillones de BTUs hasta 2050. Por lo tanto, el aumento de las fuentes de energía renovable no será suficiente para satisfacer todo el aumento de la demanda global de energía en los próximos 25 años.

En un cálculo alternativo, solo para estabilizar el consumo de combustibles fósiles en los niveles actuales, necesitaríamos que el aumento del uso de combustibles renovables fuera del 170%, y no del 100%, como en el escenario de la EIA. Recordando que este escenario más exigente es solo para estabilizar el uso de combustibles fósiles en los niveles actuales, lo que, según los científicos climáticos, no sería suficiente para revertir la tendencia del calentamiento global.

En fin, el gran problema es que el consumo de energía por parte de la humanidad no para de crecer, principalmente en función del enriquecimiento de las regiones más pobres. Según el informe de la EIA, los países ricos (EE.UU., Canadá, Europa Occidental, Australia y Japón) serán responsables de solo el 11% del aumento del consumo de energía hasta 2050. El resto será demandado por países pobres que quieren su lugar al sol. Para que el consumo de combustibles fósiles se mantuviera constante en los próximos 25 años (y considerando el crecimiento del uso de combustibles renovables en un 100%, conforme proyección de la EIA), sería necesario que los países ricos disminuyeran su consumo en un 28%. Es el tal “comer menos carne y volar menos” del científico Carlos Nobre.

El problema, como se puede notar, es político. ¿Qué gobierno de país rico se mantendría en pie si propusiera leyes que llevaran a una disminución del consumo en más de una cuarta parte? ¿Qué gobierno de país pobre no sería derrocado si propusiera leyes que mantuvieran el nivel actual (insuficiente) de consumo? En la misma entrevista, Carlos Nobre propone votar por “políticos alineados con la causa ambientalista”. El problema, claro, es encontrar políticos que estén dispuestos a perder elecciones. El presidente Lula da Silva, por ejemplo, que gusta de ganar elecciones, prometió carne barata y aviones para los más pobres.

Por lo tanto, tal vez sería mejor asumir que el planeta se calentará de todos modos, y prepararnos para eso. Estamos en el Titanic, y ya no hay tiempo para desviar la ruta. Quizás sería mejor gastar energía y recursos en comprar botes salvavidas.

Fuente: Estadão / Brasil / São Paulo – Marcelo Guterman