En los últimos años, el debate sobre la transición hacia una matriz energética menos dependiente de los combustibles fósiles ha dominado las agendas globales. Países de todo el mundo están intensificando sus compromisos para reducir las emisiones de carbono y avanzar hacia un futuro más sostenible y ecológico. Sin embargo, mientras la atención se centra en las tecnologías renovables, América Latina enfrenta una realidad desafiante y, a menudo, descuidada: más de 90 millones de personas aún dependen de la leña para cocinar. Esto no solo es un problema energético, sino también una cuestión de salud pública e inclusión social.
Es importante entender que la falta de recursos energéticos adecuados es uno de los mayores obstáculos para superar la pobreza. Muchos de estos 90 millones de personas se encuentran en zonas rurales y vulnerables, donde el acceso a energía limpia y moderna es un lujo inalcanzable. La quema de leña, además de ser una fuente de contaminación atmosférica, contribuye significativamente a problemas respiratorios graves, afectando de manera desproporcionada a mujeres y niños.
En este sentido, descarbonizar la matriz energética en América Latina debe ir más allá de la implementación de fuentes renovables, como la solar y la eólica. Antes de centrarnos exclusivamente en nuevas tecnologías, es fundamental garantizar que esta parte de la población sea sacada de su condición de vulnerabilidad. Cualquier proyecto de transición que no incluya soluciones inmediatas para quienes dependen de la leña perpetúa, de manera inaceptable, una condición de invisibilidad social y económica.
Para lograr esto, necesitamos acciones urgentes, y para nuestra realidad regional, la transición energética debe ser sinónimo de inclusión social. Programas sociales adecuados, combinados con políticas públicas eficaces, son esenciales para garantizar que las poblaciones vulnerables tengan acceso a combustibles más limpios y accesibles, como el Gas Licuado de Petróleo (GLP) y tecnologías modernas de cocción. En muchos países de la región, el GLP ya desempeña un papel esencial en la transición hacia una matriz energética más limpia, ofreciendo una alternativa viable, segura, accesible y de rápida implementación para las familias que actualmente dependen de la leña.
Hoy en día, ya contamos en la región con buenos programas para combatir la pobreza energética en países como Brasil, Colombia y Perú, que, no obstante, pueden y deben mejorarse.
La ampliación del Programa Auxilio Gas Brasil (PAGB), que se transformará en el “Gas para Todos”, es una iniciativa muy positiva del gobierno brasileño, que avanza hacia la universalización del GLP, llegando a más familias.
En Perú, en un reciente foro sobre el tema, organizado por la Sociedad Peruana de Gas Licuado, con el apoyo de la AIGLP, se presentaron estudios que demostraron que, aunque el Estado ha implementado el Fondo de Inclusión Energética Social (FISE) para combatir la pobreza energética, su cobertura es insuficiente y en los últimos años sus recursos se han concentrado en la masificación del gas natural en zonas urbanas.
En Colombia, una deuda del gobierno con las distribuidoras de GLP pone en riesgo la continuidad de un programa que ya ha reducido el consumo de leña en un 8% en la población más vulnerable. Es decir, en lugar de ampliar un programa que ya ha demostrado su efectividad, se elige reducir su alcance.
Los gobiernos latinoamericanos deben adoptar una postura más activa en este proceso, con políticas sociales que no solo subsidien el acceso al GLP y otras tecnologías limpias, sino que también promuevan programas de concienciación sobre los riesgos para la salud asociados al uso de la leña. Es importante que el Estado actúe como tutor de estas poblaciones invisibles, garantizando que la transición energética no se limite a los grandes centros urbanos o a las clases más favorecidas, sino que atienda las necesidades más básicas de las poblaciones marginadas.
Como conclusión, debemos tener en cuenta que la búsqueda de una matriz energética menos carbonizada es vital para el futuro del planeta, pero en América Latina debe comenzar por la erradicación de la pobreza energética. Descarbonizar significa, ante todo, proporcionar condiciones de vida dignas para quienes están al margen. Las soluciones están disponibles y ya han demostrado su eficacia, el desafío ahora es hacer que lleguen a quienes más las necesitan, garantizando una transición energética verdaderamente justa e inclusiva.
Fabrício Duarte – Director Ejecutivo